CAPERUCITA ENCANTADA

 Erase una vez o no una mujer que andaba por la vida perdida. Hacía mucho tiempo que había tirado piedras blancas por el camino para saber cuál era el camino de regreso; sin tener en cuenta que las piedras eran de tiza y que la lluvia, muy abundante por cierto en aquellos momentos del siglo, había difuminado por aquel camino lleno de arena gris con una cantidad abundante de restos de amianto. 

Llegó a un bosque frondoso donde los árboles no eran lo que en su día fueron. Los troncos ya no emanaban energía sino que eran madera inerte y ya no acogían su ser como siempre habían hecho. Pensó que su esencia estaba cambiando. Recordaba las innumerables veces que su alma intentaba salir de su cuerpo y que había como un imán transparente que no la dejaba escapar. 

Atravesó el puente de madera. Cada paso amenazaba con hacer crujir cada uno de sus travesaños y hacerla caer a un abismo que no sabía hacia donde la llevaría. 

Miró a su alrededor y no vió ningún pájaro. Era extraño, pues en aquella época del año era fácil de encontrarte diferentes especies del bosque mediterráneo. El silencio era ensordecedor. Se tapaba los oídos, pero aún así no escuchaba más que silencio y ruido y silencio y ruido. 

De repente, se encontró con un lobo. Ya lo conocía. O puede ser que no. Quién sabe. De todos modos, ya desconfiaba en las miradas tan fáciles de leer cuando todavía creía en la pureza del ser. Ahora sabía que cualquier interpretación era por lo menos un laberinto de emociones cruzadas, contaminadas de saberes no buscados, de engaños superlativos e infelicidades no buscadas. 

Le preguntó :" ¿Qué buscas? ". El lobo no le respondió. "¿Qué buscas?" Volvió a repetir. El lobo la rodeó y ella le increpó: " No me molesta tu silencio, yo no lo he buscado". Él subió hacia la montaña trotando con un orgullo que solo le produjo ganas de ir hacia el río. 

El agua era cristalina. Desde luego, ese era su elemento. El fuego la había quemado mucho tiempo, demasiado. El agua es poderosa. Apaga el fuego. Pero también es peligrosa, demasiada puede desencadenar demasiado peligro. Puso un pie dentro de ese río y un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. Como si millones de cuchillos le arrancaran la piel. Desde luego, el agua también había cambiado. Eligió seguir por la vera del río. Al fin y al cabo dicen que siempre llegan al mar.    

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