EL ÁRBOL DE NAVIDAD
De nuevo habían llegado aquellas fiestas de navidad donde las luces, la música repetitiva, los ornamentos de las calles hacían que proyectaran el efecto inverso que hacía llegar al resto de la gente. Anne recordaba una conversación con un compañero de trabajo donde debatían el significado de esta obligada ilusión que se debía de tener a finales de diciembre. No llegaban a ningún acuerdo claro, aunque los dos comprendían las circunstancia del otro. Hay ausencias, aunque también siguen habiendo presencias. Y quizás la más importante, la de uno mismo.
El último día de trabajo antes de las vacaciones en la oficina; Anne recogió concienzudamente su mesa y preparó todo para su vuelta dentro de unos días. Miró con cariño una postal de navidad donde aparecían unas velas preciosas con una llama muy brillante. Instintivamente sopló sobre la fotografía y dijo en voz alta: “Ojalá pudiera creer en la magia de la navidad”.
Llegó a casa y como siempre se puso su pijama preferido, aquel de oso polar que tanto le hacía sentir que estaba en su hogar. De repente, se dijo a sí misma que al día siguiente tenía que hacer algo diferente, sencillo, pero que quedara en su retina para siempre. En su pueblo, por primera vez habían puesto un árbol de navidad de dimensiones considerables; lleno de muchos colores que iban cambiando según la música que iba sonando.
En su centro había un agujero donde podías entrar y mirarlo desde dentro. Bajó a mirarlo, las manos dentro de los bolsillos, un gorro de lana para no sentir aquel frío que de repente había invadido toda la ciudad. Cuando respiraba el vaho invadía su alrededor. Sentía como una fuerza especial que le empujaba a que entrara dentro. Había niños chillando, casi no se escuchaba la música. Miró hacía arriba como si aquel agujero apuntara directamente al cielo y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. Quizás sintió que era demasiado alto e inalcanzable.
De repente vio que unos ojos azules la miraban, los cuales pudieron reconocer la enorme tristeza que invadía su aura. No dijeron nada. Simplemente él le cogió las manos y se pusieron a bailar una melodía de Michael Bublé: “Baby Please Come Home” y entonces Anne mientras daba aquellos pasos lentos mientras aquella mano con su dulce tacto le fue transmitiendo todo lo que iba diciendo aquella canción: full of happy songs, pretty lights on the tree, I,d hold back this tears... Please I need you. Vuelve a casa Anne, vuelve a casa. La magia de la Navidad volvió a brillar.
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