VIDA INSIPIDA
El reloj de la estación de Francia marca las seis de la mañana. Está amaneciendo. Los ojos de Manuel apenas pueden apreciar el vaivén de las pocas personas que pasan por los andenes.
Recordaba, con apenas una mueca, el festín que le prepararon sus compañeros de trabajo hace un mes cuando cumplió los 65 años. Fecha en la que se debía jubilar. También le regalaron un reloj y le leyeron una carta de homenaje como reconocimiento a su buena labor en la empresa.
Casi brotan de sus ojos unas lágrimas que hacía tiempo había olvidado de cómo se producían. Realmente era inmune a cualquier tipo de emoción. En su vida estaban vetados los sentimientos. Desde que se casó hace ya 45 años, su vida se convirtió en una esclavitud total, donde su criterio era siempre relegado a un segundo plano, en el mejor de los casos. Casi siempre era ninguneado por su mujer; alguien más preocupado por su mediocre vida social vecinal que por amores verdaderos o apegos absurdos.
Después del festejo abrió la puerta. Sin demasiada emoción le enseñó a su esposa el reloj de pulsera y ella, haciendo una mueca siguió viendo la novela que seguía todos los viernes por la noche. Aquella de la comunidad de vecinos, que todos se odian entre sí, pero que no pueden pasar unos sin los otros.
Una vez finalizada la novela, ella se dirigió a él con cara de manzanas agrias y le replicó: "No pensarás que le diré a mis vecinas que te has jubilado". ¿Qué quieres? ¿Qué piensen de mí que tengo más de cincuenta años? ¡Ah no!. El lunes te levantarás a las cinco de la mañana como todos los días y te marcharás de casa, y no vuelvas antes de las siete. Necesito espacio vital.
Él no podía creer lo que estaba escuchando, pero eran ya demasiadas las veces que acataba aquellas órdenes ejercidas por un alma que no tenía ni un ápice de piedad.
Su escasa personalidad y su ego sumamente indefenso hacían que hiciera caso como fiel corderillo a aquella persona que un día un cura unió hasta que la muerte los separara.
El mes de febrero había empezado y el frío arreciaba con crueldad. Sabía que aquella estación abría a las 4:45 y por lo menos podía tomar una taza de café caliente mientras leía el periódico y era incapaz de hacerse ni una pregunta. Él obedecía, acataba los mandatos de aquella arpía egoísta que era incapaz de apiadarse de un alma buena.
Un día, una mujer con ojos tristes se sentó a su lado en aquel banco del andén dos. Él le preguntó que qué le pasaba. Ella lo miró con cara atónita. No estaba acostumbrada a que nadie se interesase lo más mínimo por sus problemas. Había escuchado demasiadas veces que no valía nada. Que estaba chalada y que lo mejor que podía hacer era tirarse al tren. Fueron tantas, tantas veces las que oyó esta posibilidad que al final se lo había creído.
Había elegido para tal percance una estación al menos con glamour y un poco de historia. Quizás la que ella siempre hubiera merecido tener. Y que apenas, en toda su vida llegó a un capítulo. Eso sí, lleno de miseria y amargura.
Poco a poco , día a día, Manuel y Carmen fueron hablando de sus vidas. Y con sorpresa fueron averiguando que dentro de ellos existían emociones, que podían sonreir , que la palabra compañía era cierta. Que el brillo de los ojos se dibuja. Que un roce de manos puede hacer vibrar. Que un beso puede hacer cosquillas.
Ese día Manuel y Carmen cogieron un tren y ya no volvieron...
Más historias
El José Miguel 2013
Dark light
La plaza del diamante
Mis letras insombes
Censusa Siglo XXI
Tracy correcaminos
Reflexions en veu alta
Brasero de invierno
Notas desde el fondo de mi placard
Cuentos e historias y otras minudencias
Y nacimos casualmente
Y qué te cuento
El Demiurgo de Hurlighan
Desgranando momentos
Lazos y raíces
Mezclando arte
La cara oculta de la luna es rosa
Narraciones ordinarias
El balcón de cass
Matices
Quieres que te cuente?
Mi blog de fotos
En este universo soy EsperanzapiaHimuraRock
Recordaba, con apenas una mueca, el festín que le prepararon sus compañeros de trabajo hace un mes cuando cumplió los 65 años. Fecha en la que se debía jubilar. También le regalaron un reloj y le leyeron una carta de homenaje como reconocimiento a su buena labor en la empresa.
Casi brotan de sus ojos unas lágrimas que hacía tiempo había olvidado de cómo se producían. Realmente era inmune a cualquier tipo de emoción. En su vida estaban vetados los sentimientos. Desde que se casó hace ya 45 años, su vida se convirtió en una esclavitud total, donde su criterio era siempre relegado a un segundo plano, en el mejor de los casos. Casi siempre era ninguneado por su mujer; alguien más preocupado por su mediocre vida social vecinal que por amores verdaderos o apegos absurdos.
Después del festejo abrió la puerta. Sin demasiada emoción le enseñó a su esposa el reloj de pulsera y ella, haciendo una mueca siguió viendo la novela que seguía todos los viernes por la noche. Aquella de la comunidad de vecinos, que todos se odian entre sí, pero que no pueden pasar unos sin los otros.
Una vez finalizada la novela, ella se dirigió a él con cara de manzanas agrias y le replicó: "No pensarás que le diré a mis vecinas que te has jubilado". ¿Qué quieres? ¿Qué piensen de mí que tengo más de cincuenta años? ¡Ah no!. El lunes te levantarás a las cinco de la mañana como todos los días y te marcharás de casa, y no vuelvas antes de las siete. Necesito espacio vital.
Él no podía creer lo que estaba escuchando, pero eran ya demasiadas las veces que acataba aquellas órdenes ejercidas por un alma que no tenía ni un ápice de piedad.
Su escasa personalidad y su ego sumamente indefenso hacían que hiciera caso como fiel corderillo a aquella persona que un día un cura unió hasta que la muerte los separara.
El mes de febrero había empezado y el frío arreciaba con crueldad. Sabía que aquella estación abría a las 4:45 y por lo menos podía tomar una taza de café caliente mientras leía el periódico y era incapaz de hacerse ni una pregunta. Él obedecía, acataba los mandatos de aquella arpía egoísta que era incapaz de apiadarse de un alma buena.
Un día, una mujer con ojos tristes se sentó a su lado en aquel banco del andén dos. Él le preguntó que qué le pasaba. Ella lo miró con cara atónita. No estaba acostumbrada a que nadie se interesase lo más mínimo por sus problemas. Había escuchado demasiadas veces que no valía nada. Que estaba chalada y que lo mejor que podía hacer era tirarse al tren. Fueron tantas, tantas veces las que oyó esta posibilidad que al final se lo había creído.
Había elegido para tal percance una estación al menos con glamour y un poco de historia. Quizás la que ella siempre hubiera merecido tener. Y que apenas, en toda su vida llegó a un capítulo. Eso sí, lleno de miseria y amargura.
Poco a poco , día a día, Manuel y Carmen fueron hablando de sus vidas. Y con sorpresa fueron averiguando que dentro de ellos existían emociones, que podían sonreir , que la palabra compañía era cierta. Que el brillo de los ojos se dibuja. Que un roce de manos puede hacer vibrar. Que un beso puede hacer cosquillas.
Ese día Manuel y Carmen cogieron un tren y ya no volvieron...
Más historias
El José Miguel 2013
Dark light
La plaza del diamante
Mis letras insombes
Censusa Siglo XXI
Tracy correcaminos
Reflexions en veu alta
Brasero de invierno
Notas desde el fondo de mi placard
Cuentos e historias y otras minudencias
Y nacimos casualmente
Y qué te cuento
El Demiurgo de Hurlighan
Desgranando momentos
Lazos y raíces
Mezclando arte
La cara oculta de la luna es rosa
Narraciones ordinarias
El balcón de cass
Matices
Quieres que te cuente?
Mi blog de fotos
En este universo soy EsperanzapiaHimuraRock
Una historia bien hilada. Una situación lamentable la de este hombre, en cuanto a la harpía esa, pues no quisiera estar en su piel cuando le asome un micrógramo de conciencia, si es que le asoma, claro.
ResponderEliminarSaludos
Un triste historia que quizás vivan muchas ocultas personas detrás de esa coraza silenciosa, al menos juntos pudieron logra un buen final.
ResponderEliminarBesos
Y ese encuentro casual le salvó la vida a los dos.
ResponderEliminarMuy bien escrito, menos mal que al menos aún les quedaba algo de valor. Besos.
ResponderEliminarUna historia que da para un "continuará"
ResponderEliminarTe dejo aquí el enlace de mi insípida vida.
http://tracycorrecaminos.blogspot.com.es/
Maribel, ya está mi relato publicado.
ResponderEliminarAbrazo y cafelito.
http://censurasigloxxi.blogspot.com.es/
Hola otra ves!
ResponderEliminarAquí te dejo mi vida insípida, ojala te guste!!
http://darklight-judith.blogspot.com/2014/02/este-jueves-una-vida-insipida.html
Besos
Más que una insulsa vida ese hombre tenía una vida de sumisión! Bien hizo en tomarse el tren! Es increíble como algunas personas, se entregan casi con resignación a los que les ha tocado en suerte. La reacción final, es un respiro en tu historia.
ResponderEliminarMuy buena Maribel e interesante la propuesta. Se hace necesario que pongas los enlaces de todos los relatos jueveros (forma parte de las "normas", a medida que te van llegando para poder leerles a todos, se me está haciendo difícil seguirles.
Besos!
Gaby*
Pues si, para vivir con según quien, más vale vivir sola; menos mal que se encontraron estas almas gemelas.
ResponderEliminarBonita histori
Un abrazo
Es muy linda y completa tu historia Maribel . Creo que fue un encuentro que hizo justicia con esas dos personas que tanto necesitaban creer en sí mismas y sentir que alguien creyera en ellas, encontrando por fin el Amor real, el cual es algo tan valioso que hay que saber cuidar. Me encantó tu historia y todo su desarrollo.....
ResponderEliminarHola, Maribel...
ResponderEliminarVengo a dejar mi aportación a tu propuesta... Bienvenida y bien hallada nueva juevera, creo que no hemos coincidido nunca en esta aventura de los jueves...
Te dejo mi enlace.
http://maticesdecolores.blogspot.com.es/2014/02/este-jueves-relato-un-vida-insipida.html
Besos
(luego vengo a leerte...)
Ahh! gracias por el final feliz! ya me parecía mucho agobio para ese pobre hombre, e indefinidamente.
ResponderEliminarMe gustó el renacer tímido de las cosquillas y emociones
Abrazo anfitriona
Vengo a avisarte que ya publiqué mi aportación el miércoles pero creo que olvidé avisarte.
ResponderEliminarhttp://playadelcastillo.blogspot.com
Besos
En primer lugar, Maribel, gracias por tu dedicación y felicitarte por la convocatoria.
ResponderEliminarTu relato abre el apetito e incentiva la venganza, que no se hace esperar con ese final de película, pero que podría y debería ser una realidad diaria.
Muy ameno. Sólo un detalle ese..."tubo tener" no suena muy bien.
Besos
Vidas cruzadas a los pies de un anden... esos ángeles que, a veces, hacen estos milagros que reavivan vidas.
ResponderEliminarBesos!!
Lo que saben las estaciones de tren de historias a las que poner un destino diferente al que la vida insípida los arrastra.
ResponderEliminarUn beso
Muy buena historia Maribel,bien sustentada y con final abierto ,para mi entender,gracias por compartirlo.
ResponderEliminarQué bonita historia, y es que más vale tarde...Ese hombre no debería haber aguantado tanto a una mujer que lo ninguneaba. Lo has relatado muy bien.
ResponderEliminarUn beso
Una historia que te irrita a medida que vas descubriendo ese mundo en el que el pobre Manuel vive, menos mal que al final le abres la puerta y entre un sol radiante. Buena historia y buena convocatoria.
ResponderEliminarUn abrazo.
Encontró quien le dio valor y le ayudó a dejar una vida que le maltrataba para buscar otra. Bonito relato.
ResponderEliminarUn abrazo Maribel.